13 Dic De la necesidad del surrealismo
“Cambiar la vida” decía Arthur Rimbaud, poeta francés del siglo XIX. El surrealismo, influido por él, constituye una corriente artística que trasciende el ámbito del arte para imbricarse en distintas manifestaciones humanas y permitir así al hombre liberarse de las ataduras de lo racional y de lo convencional. La revolución surrealista liderada por André Breton a partir de los años 20 del siglo XX halla en el sueño y su expresión automática la forma más eficaz de liberar al hombre. Para ello recurren a la fantasía y al humor, creando una realidad externa capaz de traducir las emociones más profundas del ser. Las técnicas que utiliza el movimiento para plasmar sus ideas constituyen un verdadero hito en la historia del arte, por su diversidad e innovación. Entre otras, la obra gráfica se erige en un método de expresión idóneo por la libertad y espontaneidad que da al artista.
Este arte centrado en la subjetividad adquiere fuerzas renovadas en el panorama artístico actual coexistiendo con otras propuestas más cercanas al arte objetivo. La constante confrontación entre el color y la línea o el clasicismo y el barroco, que sugería Eugeni d’Ors, se manifiesta en las propuestas surrealistas contemporáneas de forma absolutamente radical. Daniel Zerbst y Arcangel Soul crean lenguajes centrados en la positividad y el compromiso vital, con un arte onírico, fantástico e hiperbólico cargado de humor que hunde sus raíces en el barroco. Surrealistas lo son también en la técnica, el collage, inventada por Max Ernst junto con otras que han sido fagocitadas por muy distintos movimientos artísticos, así como por la publicidad y el cine. Y es el cine, ese soñar con los ojos abiertos, un modo de expresión crucial en Daniel Zerbst, que nos remite a las distintas concepciones que a lo largo de la historia se han asociado al sueño. Desde Natchflug y el sueño premonitorio de la leyenda sumeria de Gilgamesh a Opal, una poesía involuntaria, como decían los románticos alemanes, centrada en la metamorfosis del universo visual contemporáneo, también llamado iconosfera.
Esta alucinación consciente, como la describió Jean Goudal en 1925, halla en Luis Buñuel su máxima expresión. Un chien andalou y L’age d’or constituyen un auténtico decálogo del surrealismo. En la primera, Luis Buñuel nos acerca al deseo sexual y su frustración, utilizando metáforas inverosímiles, y la segunda constituye una arenga an burguesa y an religiosa que le valió, incluso, la prohibición de su proyección en Francia hasta 1960.
También los sueños se pintan. Salvador Dalí y René Magritte pintaban a mano fotografías de los sueños mediante una técnica muy depurada, cercana a los pintores flamencos. Este realismo da vida a una realidad que no es tal, cuestionando al observador y su mundo. En Duex pommes visiteuses XI, René Magritte establece un juego entre el sueño y el objeto hasta confundirlos y da vida a los objetos asignándoles un significado en la naturaleza y magnificando los contrastes. En cierta manera, la permanente yuxtaposición y contradicción que resaltan sus imágenes nos remite a lo que hoy hace Photoshop. No utiliza para ello los recursos de la actividad paranoica-crítica que desarrolla Salvador Dalí, un método por el cual uno ve a medida de lo que uno quiere ver. Esta metamorfosis de la realidad es la que revolucionará al surrealismo y llevará a Salvador Dalí a proclamar “en verdad no soy más que un autómata que registra sin juzgarlo, y lo más exactamente posible, el dictado de mi subconsciente, mis sueños, las imágenes y visiones hipnagógicas y todas las manifestaciones concretas e irracionales, el mundo oscuro y sensacional descubierto por Freud….”. Esas fronteras entre el mundo interior y exterior son también eliminadas mediante el humor, que permite a Salvador Dalí romper tópicos y convenciones, y mediante la eliminación del espacio tiempo, que le permite mirar al infinito y convertir los objetos en sueños y los sueños en objetos. Sus aportaciones a la sociedad contemporánea son evidentes. La metamorfización de la imagen o el objeto se ha erigido en un recurso habitual en nuestra sociedad actual, no sólo en la creación artística, sino en los modos de ser y estar del ciudadano. Las intervenciones públicas como el happening fueron iniciadas por él y seguidas por Andy Warhol, al igual que el marketing, del que fue un precursor y que ha llevado a muchos artistas contemporáneos a priorizarlo por encima de su obra.
Joan Miró y Max Ernst, pintar constituía un ejercicio de máxima libertad, por lo que tanto la técnica como el tema no responden a un lenguaje representacional conocido. De hecho, André Breton confesó en más de una ocasión que Joan Miró fue el más surrealista de todos. Con una pintura de carácter ideográfico rítmica y sencilla, alejada de todo intelectualismo, es capaz de transmitir optimismo desbordando los límites de la plástica. Ejemplifica esa libertad L’air, la primera litografía realizada por el autor, en 1937. El autor realizó primero la litografía y un año después el cuadro, en una secuencia inversa a lo habitual.
Max Ernst constituye un referente fundamental en el surrealismo. Experimentó con técnicas artísticas nuevas, que más tarde han sido ampliamente utilizadas y que nos remiten a cuestiones relativas a la identidad. Destaca, por ejemplo, el collage, basado en el principio de la unión de planos disociados, concepto aplicable también al hombre, entendido como espacio de confrontación. El frottage, inventado por él en 1925, pone el énfasis en el desvanecimiento, la disolución de la identidad. También investigó el grattage, la decalcomanía (iniciada por Óscar Domínguez y mejorada por él) y el dripping, técnica que, ya en su exilio en New York, enseñó a Jackson Pollock.
La profunda huella dejada por el surrealismo en nuestro imaginario colectivo se manifiesta hoy en ámbitos diversos, que van desde la publicidad y el cine hasta las costumbres y el lenguaje. Esta sociedad hipervisual, nacida con el cine y la televisión en los años sesenta, recupera el interés por el surrealismo en los ochenta, y especialmente en Estados Unidos, donde la imaginación y el sueño se alían con el cómic, la ilustración, el rock, la estética motera y el cine de terror. Este surrealismo pop, también llamado Low Brow, reivindica un arte popular, lúdico y alejado de toda pretensión intelectual y elitista, a diferencia del que domina la escena artística del momento, patrocinada por los centros de poder del país.
Partiendo de estos precedentes, Arcángel Soul y Daniel Zerbst articulan un discurso en el que priorizan la transformación de ese gran juego que es la vida individual y colectiva desde la fantasía y el humor. Las obras de Arcangel Soul nacen con el anhelo de llegar a ser “depósitos de nuestro deseo” (André Breton), catalizadores de nuestros propios fantasmas, llamadas a la subversión de la realidad y súplicas a una espiritualización de la vida. El formato de sus obras magnifica un mensaje surrealista, revolucionario y humanista, que bebe de las fuentes dalinianas.
Los fotomontajes y collage de Daniel Zerbst nos remiten a paraísos soñados repletos de enigmas. Al igual que a los surrealistas, El Bosco y Bruegel, con su arte jeroglífico, inspiran a Daniel Zerbst. Delimita y recorta, con el lápiz o el papel, cuerpos y objetos con la precisión de un orfebre, y los dispone en el lienzo creando una constelación de imágenes que, al igual que en un sueño, conforman una estructura polimorfa. Hallamos, así, referencias a nuestro imaginario colectivo, que van desde Alicia en el país de las maravillas a Elvis Presley, de Fritz Lang a Las Vegas. El viento de tramontana que barre Cadaqués y el influjo daliniano parecen haber hecho mella en el posromántico Daniel Zerbst, que ya ejerce de maestro de ceremonias en sus sueños, nuestros también.
Carles Jiménez Jorquera
13.12.2013